El pasado viernes 11 de diciembre
de 2015 se clausuraba en París (Francia) la XXI Conferencia Internacional
sobre el Cambio Climático. Una
reunión de alto nivel englobada en el programa marco de la ONU sobre esta
cuestión (Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.
CMNUCC).
El propósito de esta conferencia
era alcanzar un acuerdo mundial para reducir las emisiones de gases de efecto
invernadero en la atmósfera. La
conferencia se centró en cuestiones metodológicas sobre como abordar el cambio
climático (“Acuerdo de París”, pendiente de ratificación por el G -55).
El acuerdo prevé una reducción de emisión de
gases de efecto invernadero hasta llegar
al 2 ºC de calentamiento global
antes de 2100. De esta forma se espera restaurar los niveles naturales
anteriores a la Revolución Industrial (S.XVIII –XIX). Este ambicioso acuerdo tiene el escollo fundamental de los intereses
económicos de países como Estados Unidos o China, cuyas emisiones son las más altas del planeta.
El acuerdo alcanzado in extremis
es voluntario (del “deberían” inicial, se pasó al “deberán” del
texto final) y no vinculante. Sin embargo al contrario que en Acuerdo de Kioto,
en este acuerdo se ha establecido un protocolo ético (no legal) para los países
que incumplan el acuerdo. Estos países
quedaran señalados como principales culpables del deterioro del planeta, lo
cual significará que su producción y su economía se verán afectadas por el
rechazo internacional.
La comunidad científica ha
trabajado mucho desde el acuerdo frustrado de Kioto para buscar un equilibrio
entre desarrollo económico y respeto al medio natural. Son muchos los intereses
que obran en contra de los acuerdos medioambientales internacionales. Es mucho el dinero que se juegan y ello
podría poner en peligro, no ya el acuerdo; sino la propia supervivencia de los
seres vivos en este planeta.
Lo que se juega con estas
iniciativas globales es precisamente evitar la extinción masiva de especies,
incluida la humana, en la Tierra en las próximas décadas de seguir con los niveles
actuales de CO2 en la atmósfera, la sobreexplotación de los recursos naturales
o la mala gestión del agua.
Según la comunidad científica en
relación con el Cambio Climático el planeta Tierra por si mismo y de forma
natural también emite CO2 a la atmósfera. Esta emisión proviene
fundamentalmente de la actividad volcánica y de la liberación de gases tóxicos,
como el metano, que están atrapados en los suelos de la tierra (calizas) y en
los casquetes polares. Esta emisión se ha calculado en tan solo un 2% del CO2 total de la atmósfera en la
actualidad. El 98% restante corresponde a emisiones procedentes de la actividad
humana. La mayor concentración se da en
el hemisferio norte, el área más industrializada, urbanizada y con mayores
densidades de población del globo terráqueo.
El agente contaminante que
produce CO2 se ha situado principalmente
en los materiales fósiles: Carbón, Petróleo y Gas. Cualquier persona, sociedad, estado o
industria que los utilice como combustible o materia prima está contribuyendo a
aumentar el CO2 en la atmósfera.
El CO2 provoca el calentamiento
progresivo de la atmósfera al retener el
calor del sol en el planeta. Este calentamiento produce un efecto similar a un
invernadero con consecuencias negativas para la vida en la Tierra:
Desertización, aumento del nivel del mar (Deshielo del permafrost), reducción
de oxígeno en la atmósfera y aumento de gases tóxicos (Contaminación).
El fenómeno aun no es global y
puede reducirse si hay voluntad para ello.
La solución más práctica y a la larga más eficaz es un cambio en la
mentalidad social, política y empresarial; sobre todo en aquellos países y
regiones que emiten mayores tasas de CO2 a la atmósfera.
En la actualidad la tecnología
existente sigue mayoritariamente utilizando como energía combustible y derivados
de los materiales fósiles. Es decir una energía no renovable, contaminante y
sujeta a los yacimientos existentes. La sobreexplotación de los mismos ha
reducido drásticamente las reservas disponibles. La demanda creciente de esta
tecnología amenaza con acabar con estos recursos en muy poco tiempo, en las
próximas décadas. Esto puede desestabilizar a corto plazo la economía local,
regional y global.
La reconversión industrial
necesaria para pasar de un sistema basado en energía no renovable a otro nuevo
que tenga como base la energía renovable tiene un alto coste en la actualidad.
Las grandes corporaciones empresariales y las políticas gubernamentales de los
países desarrollados tienden en líneas generales a evitar, frenar el desarrollo o incluso a boicotear cualquier intención
de cambios en su sistema energético.
Por lo que vemos el cambio
climático provoca en la actualidad un gran impacto sobre la política, la
economía y la sociedad global. Desde la
histórica Cumbre de Rio (1992) La comunidad internacional, auspiciada por la
ONU, ha buscado desde distintas ópticas y entornos soluciones a corto y largo
plazo. Estas cumbres han dado lugar a un sinfín de organizaciones y proyectos
de todo tipo. Muchos de los cuales han quedado en papel mojado debido a la
presión de los actores políticos o económicos-empresariales para que no se
llevasen a efecto.
Sin embargo
este desarrollo de la “conciencia ecológica” mundial ha
favorecido que la sociedad civil se sienta avocada a exigir su derecho a tener
una vida saludable y productiva en armonía con la naturaleza. Esta exigencia
obliga a los gobiernos a adoptar decisiones en la misma línea, en especial en
países democráticos. Decisiones que unos casos son acertadas y en otros casos
nefastas. Muchos se quedan únicamente en el texto de la ley, otros tratan de
acomodar los acuerdos a sus intereses y otros buscan como aplicarla éticamente a
la vida real.
La “conciencia ecológica”
ha cambiado la mentalidad. Además de luchar contra el cambio climático, se
lucha por proteger la naturaleza, se lucha por buscar políticas de “Bienestar
Social” en sentido general (no
ideológico), abordando por una parte el
riesgo de exclusión social y combatiendo las causas que genera la pobreza. A
nivel cultural se busca el desarrollo natural de los pueblos, en especial de
los pueblos indígenas menos desarrollados.Es una nueva forma de vida, una
forma que te obliga a adoptar la ética como medio para diferenciar aquello que
contribuye al deterioro del planeta y aquello que contribuye a la recuperación
del medio natural.
Recientemente el Papa Francisco
en su encíclica “Laudatio Si”
abordaba esta cuestión desde presupuestos morales religiosos. Si la
naturaleza y en ella el ser humano es obra de Dios; entonces nuestro deber
como fieles es proteger y defender esa obra. Pero también siendo proactivos,
denunciando a aquellos que quieren dañarla y exigiendo garantías para su
protección.
El mundo sindical (Confederación Sindical
Internacional) afirmaba que para acabar con la pobreza estructural era preciso
tomarse en serio el cambio climático. Cambiar de sistema energético es una
exigencia irrenunciable. Tanto en la
creación de nuevos puestos de trabajo, como en la mejora de las condiciones de
vida y laborales de los trabajadores. Un trabajador sano rinde más que uno
enfermo. El deterioro medioambiental
tiene consecuencias directas sobre la salud humana.
Las empresas deberán tener
en cuenta el coste que supone el cambio climático a corto y largo plazo. Los
estudios indican que estos costes se reducirían con el cambio del sistema
energético. Merece pues la pena adaptarse a la nueva situación del planeta.
Nuestro futuro está en nosotros mismos.
“El
desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir
a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral,
pues sabemos que las cosas pueden cambiar”. (Papa Francisco I. Laudatio Si. 24 de
marzo de 2015)