viernes, 15 de enero de 2016

“Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus”…

Con esta frase de Virgilio se expresa  la actual dependencia del ser humano con la medición del tiempo y su control.   “Pero huye entretanto, huye de forma irreparable el tiempo”  sería una traducción válida en nuestro idioma común.

Einstein, Galileo, Newton y otros grandes científicos de fama mundial nos demostraron que el tiempo era en realidad un producto surgido de la mente humana. Fuimos los humanos los que inventamos el reloj y el calendario desde tiempos antiguos. La astronomía nos mostró el movimiento aparente de las estrellas a lo largo del firmamento, visto desde el planeta Tierra. Los egipcios de la época de los faraones  se fijaron en el recorrido diario del sol  y la luna en el firmamento.

En base a estos movimientos estelares determinaron el cómputo del tiempo. E igualmente midieron las crecidas del Nilo y anotaron las estaciones en base a características de la meteorología local. Controlar las crecidas y saber cuando llegan las estaciones tiene aplicaciones en la economía y en la agricultura.  El hombre siempre ha tenido una relación especial con el tiempo, con su medición y control, con su pasado, presente y futuro.

Vinculado al cómputo temporal están la astronomía, las matemáticas, la música y las ciencias aplicadas en general.  Todo tiene que ver con un punto de salida  A y un punto  de llegada B, la distancia entre ambas es siempre la misma, podemos llegar antes o más tarde, depende de la velocidad a la que vayamos. 

 Veamos en un ejemplo español: el Ave Málaga-Madrid, actualmente el recorrido entre ambas ciudades se puede realizar en 2 horas de media.  Antiguamente en el Talgo  se tardaba 4 horas y más atrás en el tiempo 8 horas e incluso un día  o varios en los albores del ferrocarril.   ¿Qué ha cambiado?, sencillamente la velocidad a la que iban las locomotoras.  A más velocidad, menor tiempo empleado y más distancia recorrida. 

Antes del ferrocarril la sociedad no necesitaba desplazarse de un lugar a otro, hacían su vida generalmente en el lugar de nacimiento y a lo sumo recorrían distancias cortas, lo que le permitía ir en coche de caballo, andando o a caballo. En el siglo XIX se tardaba 6 días en recorrer la distancia entre Málaga y Sevilla; hoy se tarda aproximadamente dos horas en recorrer la misma distancia con un vehículo a motor.

Con el ferrocarril las comunicaciones terrestres entre capitales dotadas de estación de ferrocarril se desarrollaron. No solo se usaron para transportar mercancías; sino también personas. El desarrollo del ferrocarril fue parejo al desarrollo de las ciudades y del comercio. La economía se transformó y pasó a desarrollar nuevas aplicaciones tecnológicas, favoreciendo así una autentica revolución industrial. La sociedad española  cambió y también los sistemas políticos.

En ese sentido se podría decir que la velocidad es un ingrediente principal para el desarrollo de los pueblos. Sin embargo hay zonas donde el ferrocarril no llega, ni siquiera hoy. Esas zonas mayoritariamente rurales y poco desarrolladas  no viven conforme a la velocidad, sino a la inercia de su vida cotidiana sin tener en cuenta el reloj, ni el calendario.  Luego la velocidad no debería ser considerada un elemento esencial para el desarrollo.

A más velocidad, el tiempo aparentemente se acorta, se llega antes. La inmediatez es hoy una meta paradójicamente inalcanzable. Una utopía del mundo actual. Se precisan cambios instantáneos de corta duración. Si se llega antes, se ahorra tiempo y el remanente se emplea para realizar múltiples tareas.  La velocidad es el símbolo de la edad contemporánea, el símbolo que ha dominado durante cuatro siglos el mundo conocido. Mientras el tiempo huye y desaparece sin que nos demos tiempo a pensarlo siquiera.

“La edad no perdona”, “Son achaques de la edad”, “Son cosas de la edad” solemos afirmar. Pero la edad es como el tiempo: relativo. Depende a la velocidad que imprimamos a nuestras vidas.  Si ponemos marchas rápidas,  el tiempo se nos pasará volando, huirá de nosotros.   Si ponemos las marchas lentas, el tiempo pasará más despacio, podremos disfrutarlo más.  Como también decía el poeta Horacio, “carpe díem”  (“aprovecha el momento”).

Aprovechar el momento consiste en saber cuales son sus metas y objetivos en la vida. ¿Trabajo para vivir o vivo para trabajar?  En el primer caso se recomienda una vida sana, poner las marchas cortas y disfrutar del paisaje que se aparece ante nosotros, sin tener presente cuando queda para llegar, ni la distancia que aún hemos de recorrer en nuestra vida.  Este es el modo de vida que muchos expertos recomiendan.  Es una filosofía de vida especial que ha dado buenos resultados a quienes la han practicado.

En el siglo XVIII un grupo de filósofos de la corte francesa  determinó que la mejor manera de producir bienes de consumo era hacerlo de tal manera que el producto resultante fuera beneficioso para el consumo humano. Prestaban mayor atención a la calidad y eficiencia del producto. Si han visto la película “el perfume” es una buena muestra de esta filosofía, quitando obviamente los elementos criminales del perfumista protagonista. 

Hoy en día hay todo un movimiento  (“Slow Lifehttp://movimientoslow.com/es/filosofia.html  ), el cual recomienda cambiar de vida, vivir de forma diferente, reducir la velocidad y meter las marchas cortas para disfrutar de la vida en sociedad y en la familia, en plena armonía con el medio natural. El ecologismo está también detrás de este modelo. Podemos avanzar, sin necesidad de destruir el planeta, que es nuestro hogar,  ni tampoco debemos poner en riesgo nuestras propias vidas. Se impone, por tanto, un nuevo modelo ético.

La Cumbre del clima de Paris de 2015 y todos los esfuerzos de la comunidad científica están orientados hacia el mismo destino, hacer de este mundo un mundo habitable para el ser humano y el resto de los seres vivos.  El tiempo debe transcurrir al ritmo que nosotros mismos marquemos. Debemos, por tanto, saber si queremos vivir de forma acelerada o desacelerada.

La velocidad y el tiempo son dos variables que nos pueden proporcionar desarrollo o desastre.  Desde el principio de la industrialización allá por el siglo XVIII en Inglaterra y XIX en Europa  el tiempo ha jugado en contra de la civilización humana y del planeta Tierra. La velocidad del desarrollo industrial ha dañado al ser humano y al planeta.


¿Merece la pena seguir metiendo las marchas largas o por el contrario apostamos por ir más despacio y salvar la vida en nuestro planeta?....  De ustedes y de mi depende la cuestión….