Con esta frase de Virgilio se
expresa la actual dependencia del ser
humano con la medición del tiempo y su control. “Pero
huye entretanto, huye de forma irreparable el tiempo” sería una traducción válida en nuestro idioma
común.
Einstein, Galileo, Newton y otros
grandes científicos de fama mundial nos demostraron que el tiempo era en
realidad un producto surgido de la mente humana. Fuimos los humanos los que
inventamos el reloj y el calendario desde tiempos antiguos. La astronomía nos
mostró el movimiento aparente de las estrellas a lo largo del firmamento, visto
desde el planeta Tierra. Los egipcios de la época de los faraones se fijaron en el recorrido diario del
sol y la luna en el firmamento.
En base a estos movimientos
estelares determinaron el cómputo del tiempo. E igualmente midieron las
crecidas del Nilo y anotaron las estaciones en base a características de la
meteorología local. Controlar las crecidas y saber cuando llegan las estaciones
tiene aplicaciones en la economía y en la agricultura. El hombre siempre ha tenido una relación especial
con el tiempo, con su medición y control, con su pasado, presente y futuro.
Vinculado al cómputo temporal
están la astronomía, las matemáticas, la música y las ciencias aplicadas en
general. Todo tiene que ver con un punto
de salida A y un punto de llegada B, la distancia entre ambas es
siempre la misma, podemos llegar antes o más tarde, depende de la velocidad a
la que vayamos.
Veamos en un ejemplo español: el Ave
Málaga-Madrid, actualmente el recorrido entre ambas ciudades se puede realizar en
2 horas de media. Antiguamente en el
Talgo se tardaba 4 horas y más atrás en
el tiempo 8 horas e incluso un día o
varios en los albores del ferrocarril. ¿Qué
ha cambiado?, sencillamente la velocidad a la que iban las locomotoras. A más velocidad, menor tiempo empleado y más
distancia recorrida.
Antes del ferrocarril la sociedad
no necesitaba desplazarse de un lugar a otro, hacían su vida generalmente en el
lugar de nacimiento y a lo sumo recorrían distancias cortas, lo que le permitía
ir en coche de caballo, andando o a caballo. En el siglo XIX se tardaba 6 días
en recorrer la distancia entre Málaga y Sevilla; hoy se tarda aproximadamente
dos horas en recorrer la misma distancia con un vehículo a motor.
Con el ferrocarril las
comunicaciones terrestres entre capitales dotadas de estación de ferrocarril se
desarrollaron. No solo se usaron para transportar mercancías; sino también
personas. El desarrollo del ferrocarril fue parejo al desarrollo de las
ciudades y del comercio. La economía se transformó y pasó a desarrollar nuevas
aplicaciones tecnológicas, favoreciendo así una autentica revolución
industrial. La sociedad española cambió
y también los sistemas políticos.
En ese sentido se podría decir
que la velocidad es un ingrediente principal para el desarrollo de los pueblos.
Sin embargo hay zonas donde el ferrocarril no llega, ni siquiera hoy. Esas
zonas mayoritariamente rurales y poco desarrolladas no viven conforme a la velocidad, sino a la
inercia de su vida cotidiana sin tener en cuenta el reloj, ni el calendario. Luego la velocidad no debería ser considerada
un elemento esencial para el desarrollo.
A más velocidad, el tiempo
aparentemente se acorta, se llega antes. La inmediatez es hoy una meta paradójicamente
inalcanzable. Una utopía del mundo actual. Se precisan cambios instantáneos de
corta duración. Si se llega antes, se ahorra tiempo y el remanente se emplea para
realizar múltiples tareas. La velocidad
es el símbolo de la edad contemporánea, el símbolo que ha dominado durante
cuatro siglos el mundo conocido. Mientras el tiempo huye y desaparece sin que
nos demos tiempo a pensarlo siquiera.
“La edad no perdona”, “Son
achaques de la edad”, “Son cosas de la edad” solemos afirmar. Pero la edad
es como el tiempo: relativo. Depende a la velocidad que imprimamos a nuestras
vidas. Si ponemos marchas rápidas, el tiempo se nos pasará volando, huirá de
nosotros. Si ponemos las marchas lentas, el tiempo
pasará más despacio, podremos disfrutarlo más.
Como también decía el poeta Horacio, “carpe díem” (“aprovecha el momento”).
Aprovechar el momento consiste en
saber cuales son sus metas y objetivos en la vida. ¿Trabajo para vivir o vivo
para trabajar? En el primer caso se
recomienda una vida sana, poner las marchas cortas y disfrutar del paisaje que
se aparece ante nosotros, sin tener presente cuando queda para llegar, ni la
distancia que aún hemos de recorrer en nuestra vida. Este es el modo de vida que muchos expertos recomiendan.
Es una filosofía de vida especial que ha
dado buenos resultados a quienes la han practicado.
En el siglo XVIII un grupo de
filósofos de la corte francesa determinó
que la mejor manera de producir bienes de consumo era hacerlo de tal manera que
el producto resultante fuera beneficioso para el consumo humano. Prestaban
mayor atención a la calidad y eficiencia del producto. Si han visto la película
“el perfume” es una buena muestra de esta filosofía, quitando obviamente
los elementos criminales del perfumista protagonista.
Hoy en día hay todo un movimiento
(“Slow Life” http://movimientoslow.com/es/filosofia.html ),
el cual recomienda cambiar de vida, vivir de forma diferente, reducir la
velocidad y meter las marchas cortas para disfrutar de la vida en sociedad y en
la familia, en plena armonía con el medio natural. El ecologismo está también
detrás de este modelo. Podemos avanzar, sin necesidad de destruir el planeta,
que es nuestro hogar, ni tampoco debemos
poner en riesgo nuestras propias vidas. Se impone, por tanto, un nuevo modelo
ético.
La Cumbre del clima de Paris de
2015 y todos los esfuerzos de la comunidad científica están orientados hacia el
mismo destino, hacer de este mundo un mundo habitable para el ser humano y el
resto de los seres vivos. El tiempo debe
transcurrir al ritmo que nosotros mismos marquemos. Debemos, por tanto, saber
si queremos vivir de forma acelerada o desacelerada.
La velocidad y el tiempo son dos
variables que nos pueden proporcionar desarrollo o desastre. Desde el principio de la industrialización
allá por el siglo XVIII en Inglaterra y XIX en Europa el tiempo ha jugado en contra de la
civilización humana y del planeta Tierra. La velocidad del desarrollo
industrial ha dañado al ser humano y al planeta.
¿Merece la pena seguir metiendo
las marchas largas o por el contrario apostamos por ir más despacio y salvar la
vida en nuestro planeta?.... De ustedes y
de mi depende la cuestión….