A pesar de sus muchos siglos de
existencia, el Camino de Santiago ha
suscitado numerosas historias personales, espirituales, sociales, políticas,
económicas y culturales. Uno de los escritores que mejor lo conoce tanto en su
faceta de arquitecto; como en su pasión por la intrahistoria de las cortes
medievales de la antigua tierra de Hispania
es José María Pérez González, más conocido como “Peridis”.
Acabo de terminar de leer “La maldición de la Reina Leonor”
(Madrid, Espasa-Calpe, 2016), continuación de su novela “Esperando al Rey” publicada en 2012. Ambos libros se circunscriben al Reino de
Castilla y a la biografía del Rey Alfonso VIII (1158-1214).
En esta segunda entrega el autor
articula el argumento principal en la persona de Leonor de Plantagenet (1160
-1214), princesa inglesa y consorte de Alfonso VIII de Castilla. Al igual
que en “Los pilares de la tierra” (Ken Follet), “El nombre de la rosa” (Umberto Eco) o “la catedral
del Mar” (Idelfonso Falcone), la acción gira en torno a la construcción de
un gran monumento religioso, en este caso el “Monasterio de Santa María La Real de Las Huelgas de Burgos” (1187)
construido por un tal “Maestro Ricardo”
que aparece en esta segunda entrega como personaje intrigante y cuasi amante
secreto de la reina Leonor.
La acción histórica se circunscribe
a un periodo en el que las cortes de “Hispania”
(Reinos de Portugal, León, Castilla, Aragón y Navarra) comienzan a darse cuenta
que las peleas sobre derechos dinásticos, territoriales o sucesorios están
arruinando sus arcas públicas y empobreciendo a sus estados. El papa Clemente
III (1187-1191) llegó a calificar el escenario de las cortes de Hispania como
un “cesto de cerezas”
enmarañando y complejo.
Todas tenían un enemigo común: el
Imperio Almohade (1147-1269), que se extendía desde Marraquech (actual
Marruecos) hasta el río Tajo (fronterizo con varios reinos de Hispania). El
Papa llamaba a la cruzada en Jerusalén, los príncipes europeos se hacían los
remolones, dado que tenían sus arcas sin
fondos. Solo Ricardo Corazón de León tuvo la gallardía de ponerse al frente de
un minúsculo ejército con más devoción que medios, para hacer frente al “miramamolín” de Oriente. En el caso de
Hispania, el “cesto de cerezas”
impedía cualquier acuerdo sobre la cuestión, enfrascados como estaban en sus
luchas por la hegemonía peninsular. La
cruzada oriental no era prioritaria para Alfonso VIII.
“Peridis” de forma trovadoresca y prosaica se inmiscuye
discretamente a través de la mirada y el sentimiento de la reina consorte en la
maraña de relaciones y conspiraciones entre los reinos cristianos peninsulares
y sus agitadas cortes palatinas. Nos lleva al lector a esos deliciosos
ambientes cortesanos donde la palabra dicha y el gesto expresado mostraban un
mundo que en muchos aspectos se parece al actual. La intimidad palatina se
muestra diferente frente a la majestad áulica pública de los monarcas
castellanos y leoneses. Ahonda en la personalidad de sus personajes que nos
hacen ver la historia medieval con ojos amables e incluso hilarantes por
momentos.
Alfonso VIII logró con mucha
dificultad aunar los esfuerzos de los
reyes de Portugal, Aragón y Navarra para presentar en los “Llanos de la Losa” (actual Navas de Tolosa) batalla campal contra
el “Miramamolín” almohade (el Califa
Muhammad An-Nasir) el 16 de julio de 1212. Esta victoria castellana fue clave
para derrotar a los almohades de forma definitiva y continuar de esta manera el
avance castellano hacia “la Andalucía”. Sirvió también para realzar hegemónicamente a
Castilla como principal reino peninsular y a su rey como líder indiscutible de
la cristiandad occidental. En la descripción de las batallas y todo lo que
tenía que ver con la mentalidad caballeresca clásica, el libro de “Peridis” podría ser sin lugar a dudas un “Libro de Caballerías” donde se aprecian entrelíneas “El Quijote” cervantino.
La obra de “Peridis” muestra otras temáticas menores, pero muy interesantes por
el trabajo de documentación previo.
Evidentemente el primero era el valor para las cortes europeas e
hispánicas que tenía el Camino de
Santiago como principal ruta de peregrinación continental, actuando en
rivalidad con las rutas que iban a Jerusalén, Constantinopla y Roma.
En la época que trata el libro de “Peridis” (Siglos XII y XIII), el camino
era también la vía de entrada de la cultura europea y era una ruta comercial
terrestre de primer orden. A lo largo del mismo príncipes, reyes, nobles,
obispos, abades construyeron numerosas
iglesias, catedrales, monasterios, hospicios, albergues para peregrinos y obras
de infraestructuras como puentes y mejora del firme del camino. Del camino “francés” que es el que nos ocupa
surgieron posteriormente otros caminos que enlazaban en la península con las
principales cañadas reales o vías pecuarias por donde transitaba el ganado de
norte a sur y viceversa. Por tanto el camino
era como la autopista del Medievo. Un camino de encuentro e intercambio.
Hispania al igual que otros países
de su entorno estaban saliendo de los terrores del Medievo milenarista donde predominaba
la ortodoxia católica, para iniciar un camino de renacimiento humanístico de
las ciudades, del comercio, de la artesanía, de la navegación, de la
espiritualidad evangélica, de la filosofía clásica greco-latina, de la vida civil.
Las ciudades recibían a los mercaderes con productos provenientes de todas las
partes del mundo conocido. Las ciudades, liberadas del vasallaje nobiliario,
vivían un renacimiento cultural importante, auspiciado en gran parte por las
autoridades y administradores regios, quienes veían en el comercio una forma
rápida de aumentar las arcas del tesoro real.
Todo esto también se refleja en
esta segunda entrega.
Otro aspecto importante y casi
desconocido, era el papel de la mujer en las cortes palatinas y en la sociedad
en general. Para una reina (Leonor) y
una infanta (Berenguela) el papel que se le asignaba era el meramente reproductor
de herederos al trono. Como mujeres eran apartadas de los graves asuntos del
reino y se las educaba en la santa obediencia a la iglesia, a su marido y en el
cuidado de los hijos habidos en el matrimonio regio. Todo estaba reglamentado por la Iglesia Católica
del momento. Tener un hijo varón era un alivio porque había engendrado a un
heredero; por el contrario si engendraba una hija entonces la desgracia podía
recaer sobre su persona, dado que las mujeres por definición no debían reinar
nunca.
“Peridis” muestra cierto erotismo literario en la presentación del
matrimonio regio y en los sentimientos que aquel sistema protocolario y
excesivamente reglamentado producía en los cónyuges. El amor que los esposos
debían profesar era el “amor cortés”
(“Libro del Buen Amor” de Juan Ruiz,
Arcipreste de Hita), puro e inmaculado a los ojos de Dios. La sexualidad era
una práctica prohibida si se producía fuera del matrimonio canónico y lo era
también dentro del matrimonio si alguno de los dos actores sentía placer al practicar
“la cópula” (especialmente en la
mujer). La frontera entre la obligación y el placer era una cuestión
fundamental para la puritana moral de la época.
Resulta agradable y en cierta forma
interesante el uso del lenguaje en las trovas cantadas por los trovadores
cortesanos. Indirectamente expresaban lo que públicamente no podían ni
mencionar a riesgo de ser carne de hoguera por los doctos inquisidores de
Castilla. En el terreno femenino vinculado en esta época a la sexualidad
reproductiva, estas trovas eran ampliamente conocidas y muy apreciadas por la
realeza y la nobleza en las cortes palatinas; aunque para disgusto del obispo
de turno.
En el papel de la reina Leonor hay
otro personaje interesante: el del galeno judío Ben Amusco. El opinaba, como muchos otros sabios
heterodoxos de la época, que la mujer además de servir para traer criaturas al
mundo, podían ser útiles en otros campos. La mujer tenía muchos talentos que
debían ser ocultados o reprimidos debido a que eran “distracciones” que no conducían a su función reproductora principal. La Infanta Berenguela era una buena muestra
de ello. Sabía manejarse con las armas de un caballero, entendía de geopolítica
peninsular, estaba versada en lenguas clásicas e hispánicas, culta y devota
religiosa. Con razón Alfonso VIII se lamentaba en este libro que Gran Reina de
Castilla hubiera sido, si hubiera nacido varón.
Antes de concluir quisiera explicar
las palabras: “Borceguíes y Torna fuelle”.
Ambas recogidas con profusión en la narrativa del libro. Palabras puramente castellanas y en desuso en
el lenguaje hablado actual.
El Borceguí era un calzado abotinado
de mujer, abierto por delante y que se ajustaba por medio de correas y
cordones. Para las damas de la corte el Borceguí era un calzado ricamente
decorado. Pero también se usaba fuera de la corte. Generalmente eran las judías
y prostitutas las que las calzaban como signo de distinción para dar a conocer
su estado ante la sociedad. Algunas, según aparece en el libro de “Peridis”, se adornaban con cascabeles
cuyo sonido avisaba de ser mujeres poco virtuosas. Esta circunstancia hacía que
para muchos hombres yacer con dichas mujeres prohibidas fuera excitante con los
borceguíes puestos.
El torna fuelle es descrito por “Peridis” como una estrategia militar que
tenía que ver con el juego del ajedrez. Unas veces se acerca al rey, en otras
se aleja para entrar por otro lado, hacia el rey. La madeja del “cesto de cerezas” de la Hispania medieval
se regía, como en el juego de ajedrez, por estrategias a ambos lados del
tablero.
En líneas generales, es un libro
que entusiasma, atrae y gusta al lector aficionado a la novela histórica
ambientada en el Medievo. La prosa es fluida y el lenguaje, aunque cuidado con
esmero, es para todos los públicos. Es
por tanto un libro para leer pausadamente y que invita a profundizar en los
diferentes temas que trata. Es un libro recomendado para leer en verano.