jueves, 22 de junio de 2017

Borceguíes y torna fuelle





A pesar de sus muchos siglos de existencia, el Camino de Santiago ha suscitado numerosas historias personales, espirituales, sociales, políticas, económicas y culturales. Uno de los escritores que mejor lo conoce tanto en su faceta de arquitecto; como en su pasión por la intrahistoria de las cortes medievales de la antigua tierra de Hispania es José María Pérez González, más conocido como “Peridis”.

Acabo de terminar de leer “La maldición de la Reina Leonor” (Madrid, Espasa-Calpe, 2016), continuación de su novela “Esperando al Rey” publicada en 2012.  Ambos libros se circunscriben al Reino de Castilla y a la biografía del Rey Alfonso VIII (1158-1214).

En esta segunda entrega el autor articula el argumento principal en la persona de Leonor de Plantagenet (1160 -1214), princesa inglesa y consorte de Alfonso VIII de Castilla. Al igual que  en “Los pilares de la tierra” (Ken Follet), “El nombre de la rosa” (Umberto Eco)  o “la catedral del Mar” (Idelfonso Falcone), la acción gira en torno a la construcción de un gran monumento religioso, en este caso el “Monasterio de Santa María La Real de Las Huelgas de Burgos” (1187) construido por un tal “Maestro Ricardo” que aparece en esta segunda entrega como personaje intrigante y cuasi amante secreto de la reina Leonor.

La acción histórica se circunscribe a un periodo en el que las cortes de “Hispania” (Reinos de Portugal, León, Castilla, Aragón y Navarra) comienzan a darse cuenta que las peleas sobre derechos dinásticos, territoriales o sucesorios están arruinando sus arcas públicas y empobreciendo a sus estados. El papa Clemente III (1187-1191) llegó a calificar el escenario de las cortes de Hispania como un “cesto de cerezas” enmarañando  y complejo. 

Todas tenían un enemigo común: el Imperio Almohade (1147-1269), que se extendía desde Marraquech (actual Marruecos) hasta el río Tajo (fronterizo con varios reinos de Hispania). El Papa llamaba a la cruzada en Jerusalén, los príncipes europeos se hacían los remolones, dado que tenían sus arcas  sin fondos. Solo Ricardo Corazón de León tuvo la gallardía de ponerse al frente de un minúsculo ejército con más devoción que medios, para hacer frente al “miramamolín” de Oriente. En el caso de Hispania, el “cesto de cerezas” impedía cualquier acuerdo sobre la cuestión, enfrascados como estaban en sus luchas por la hegemonía peninsular.  La cruzada oriental no era prioritaria para Alfonso VIII.

Peridis” de forma trovadoresca y prosaica se inmiscuye discretamente a través de la mirada y el sentimiento de la reina consorte en la maraña de relaciones y conspiraciones entre los reinos cristianos peninsulares y sus agitadas cortes palatinas. Nos lleva al lector a esos deliciosos ambientes cortesanos donde la palabra dicha y el gesto expresado mostraban un mundo que en muchos aspectos se parece al actual. La intimidad palatina se muestra diferente frente a la majestad áulica pública de los monarcas castellanos y leoneses. Ahonda en la personalidad de sus personajes que nos hacen ver la historia medieval con ojos amables e incluso hilarantes por momentos.

Alfonso VIII logró con mucha dificultad  aunar los esfuerzos de los reyes de Portugal, Aragón y Navarra para presentar en los “Llanos de la Losa” (actual Navas de Tolosa) batalla campal contra el “Miramamolín” almohade (el Califa Muhammad An-Nasir) el 16 de julio de 1212. Esta victoria castellana fue clave para derrotar a los almohades de forma definitiva y continuar de esta manera el avance castellano hacia “la Andalucía”.  Sirvió también para realzar hegemónicamente a Castilla como principal reino peninsular y a su rey como líder indiscutible de la cristiandad occidental. En la descripción de las batallas y todo lo que tenía que ver con la mentalidad caballeresca clásica,  el libro de “Peridis” podría ser sin lugar a dudas un “Libro de Caballerías” donde se aprecian entrelíneas “El Quijote” cervantino.

La obra de “Peridis” muestra otras temáticas menores, pero muy interesantes por el trabajo de documentación previo.  Evidentemente el primero era el valor para las cortes europeas e hispánicas que tenía el Camino de Santiago como principal ruta de peregrinación continental, actuando en rivalidad con las rutas que iban a Jerusalén, Constantinopla y Roma.  

En la época que trata el libro de “Peridis” (Siglos XII y XIII), el camino era también la vía de entrada de la cultura europea y era una ruta comercial terrestre de primer orden. A lo largo del mismo príncipes, reyes, nobles, obispos, abades  construyeron numerosas iglesias, catedrales, monasterios, hospicios, albergues para peregrinos y obras de infraestructuras como puentes y mejora del firme del camino. Del camino “francés” que es el que nos ocupa surgieron posteriormente otros caminos que enlazaban en la península con las principales cañadas reales o vías pecuarias por donde transitaba el ganado de norte a sur y viceversa.  Por tanto el camino era como la autopista del Medievo. Un camino de encuentro e intercambio.

Hispania al igual que otros países de su entorno estaban saliendo de los terrores del Medievo milenarista donde predominaba la ortodoxia católica, para iniciar un camino de renacimiento humanístico de las ciudades, del comercio, de la artesanía, de la navegación, de la espiritualidad evangélica, de la filosofía clásica greco-latina, de la vida civil. Las ciudades recibían a los mercaderes con productos provenientes de todas las partes del mundo conocido. Las ciudades, liberadas del vasallaje nobiliario, vivían un renacimiento cultural importante, auspiciado en gran parte por las autoridades y administradores regios, quienes veían en el comercio una forma rápida de aumentar las arcas del tesoro real.   Todo esto también se refleja en esta segunda entrega.

Otro aspecto importante y casi desconocido, era el papel de la mujer en las cortes palatinas y en la sociedad en general.  Para una reina (Leonor) y una infanta (Berenguela) el papel que se le asignaba era el meramente reproductor de herederos al trono. Como mujeres eran apartadas de los graves asuntos del reino y se las educaba en la santa obediencia a la iglesia, a su marido y en el cuidado de los hijos habidos en el matrimonio regio.  Todo estaba reglamentado por la Iglesia Católica del momento. Tener un hijo varón era un alivio porque había engendrado a un heredero; por el contrario si engendraba una hija entonces la desgracia podía recaer sobre su persona, dado que las mujeres por definición no debían reinar nunca.

Peridis” muestra cierto erotismo literario en la presentación del matrimonio regio y en los sentimientos que aquel sistema protocolario y excesivamente reglamentado producía en los cónyuges. El amor que los esposos debían profesar era el “amor cortés” (“Libro del Buen Amor” de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita), puro e inmaculado a los ojos de Dios. La sexualidad era una práctica prohibida si se producía fuera del matrimonio canónico y lo era también dentro del matrimonio si alguno de los dos actores sentía placer al practicar “la cópula” (especialmente en la mujer). La frontera entre la obligación y el placer era una cuestión fundamental para la puritana moral de la época.

Resulta agradable y en cierta forma interesante el uso del lenguaje en las trovas cantadas por los trovadores cortesanos. Indirectamente expresaban lo que públicamente no podían ni mencionar a riesgo de ser carne de hoguera por los doctos inquisidores de Castilla. En el terreno femenino vinculado en esta época a la sexualidad reproductiva, estas trovas eran ampliamente conocidas y muy apreciadas por la realeza y la nobleza en las cortes palatinas; aunque para disgusto del obispo de turno.

En el papel de la reina Leonor hay otro personaje interesante: el del galeno judío Ben Amusco.  El opinaba, como muchos otros sabios heterodoxos de la época, que la mujer además de servir para traer criaturas al mundo, podían ser útiles en otros campos. La mujer tenía muchos talentos que debían ser ocultados o reprimidos debido a que eran “distracciones” que no conducían a su función reproductora principal.  La Infanta Berenguela era una buena muestra de ello. Sabía manejarse con las armas de un caballero, entendía de geopolítica peninsular, estaba versada en lenguas clásicas e hispánicas, culta y devota religiosa. Con razón Alfonso VIII se lamentaba en este libro que Gran Reina de Castilla hubiera sido, si hubiera nacido varón.

Antes de concluir quisiera explicar las palabras: “Borceguíes y Torna fuelle”. Ambas recogidas con profusión en la narrativa del libro.  Palabras puramente castellanas y en desuso en el lenguaje hablado actual. 

El Borceguí era un calzado abotinado de mujer, abierto por delante y que se ajustaba por medio de correas y cordones. Para las damas de la corte el Borceguí era un calzado ricamente decorado. Pero también se usaba fuera de la corte. Generalmente eran las judías y prostitutas las que las calzaban como signo de distinción para dar a conocer su estado ante la sociedad. Algunas, según aparece en el libro de “Peridis”, se adornaban con cascabeles cuyo sonido avisaba de ser mujeres poco virtuosas. Esta circunstancia hacía que para muchos hombres yacer con dichas mujeres prohibidas fuera excitante con los borceguíes puestos.

El torna fuelle es descrito por “Peridis” como una estrategia militar que tenía que ver con el juego del ajedrez. Unas veces se acerca al rey, en otras se aleja para entrar por otro lado, hacia el rey. La madeja del “cesto de cerezas” de la Hispania medieval se regía, como en el juego de ajedrez, por estrategias a ambos lados del tablero. 


En líneas generales, es un libro que entusiasma, atrae y gusta al lector aficionado a la novela histórica ambientada en el Medievo. La prosa es fluida y el lenguaje, aunque cuidado con esmero, es para todos los públicos.  Es por tanto un libro para leer pausadamente y que invita a profundizar en los diferentes temas que trata. Es un libro recomendado  para leer en  verano.