Un neologismo actual es “Internet de las cosas” que alude a las
redes que conectan todo tipo de objetos a la red Internet. La interacción usuario – información se
muestra de manera directa y en tiempo real.
Cuando en 1991 apareció “internet” a escala académica para interconectar
ordenadores físicos ubicados en universidades y centros de investigación se
pensaba visualmente en un cable telefónico o en una onda hertziana. Dos
objetos: ordenadores interconectados entre sí.
A partir de 1992 con la aparición
de la World Wide Web (CERN) y los navegadores inteligentes, los usuarios de
esos dos objetos podían intercambiar información entre sí de manera prácticamente
inmediata (Dependía del tipo de red telefónica y modelo del modem elegido).
A partir de 1993-1995 muchas
otras redes se incorporaron a “Internet”,
pasando del mundo académico y gubernamental a la sociedad de consumo. Nacía la industria de Internet y la consecuente
industria de creación de contenidos.
Al comenzar el siglo XXI internet dejaba las instituciones y pasaba a
la calle, cualquier persona podía conectarse a internet, en cualquier lugar y en tiempo real gracias a los nuevos dispositivos móviles evolucionados del
teléfono inalámbrico o portable (el móvil para entendernos).
Hoy es posible acceder a los contenidos
disponibles en las redes de internet ya no desde cualquier dispositivo móvil;
sino desde cualquier cosa física: una nevera, un reloj de pulsera, unas gafas, una
mesa, un vestido, etc. Siempre y cuando
tenga un dispositivo o área Wi-fi que le permita al usuario conectarse a
Internet.
Hoy en tiendas de anticuario y en
los centros de reciclaje y/o reutilización de residuos, se amontonan los viejos
ordenadores y los viejos móviles que han quedo obsoletos por el avance
acelerado del mercado tecnológico.
Otra de las víctimas son los
libros, las enciclopedias y los archivos en papel, inservibles paradójicamente
en la era de las cosas. Es curioso
porque la información que está contenida en estos antiguos receptores de información es la misma o incluso más ampliada que la que
puede ofrecer cualquier app que se desarrolle.
El mercado manda y las cosas digitales o digitalizadas son más
demandadas que las cosas off line.
Vivimos en un mundo capitalista y
en una sociedad de consumo, donde se produce más de lo que realmente se
necesita. La duración del ciclo de vida de las “cosas” que hoy se venden no superan los tres años. La idea es producir más, para ganar más. Los entusiastas de la sociedad de consumo
enarbolan la bandera de la innovación tecnológica como un síntoma de desarrollo
del país. Los detractores consideran que la excesiva industrialización y la
sociedad de consumo actual están jugando en contra de la ciudadanía y del medio
ambiente. El deterioro de la salud y del
planeta es un síntoma de ello.
El interés de estos grupos “verdes o ecologistas” es cambiar el
modelo de sociedad en los países altamente industrializados. Se trata de regresar a un mundo donde lo importante
no son “las cosas”, sino apostar por
lo que es verdaderamente importante para la vida: las personas y la naturaleza.
En algunos países este movimiento
sensible con la vida humana (nuevo humanismo) y con la naturaleza (nuevo
ecologismo), se ha convertido en objetivo prioritario. Lo
importante no son “las cosas” y a
partir de ahí comenzar a cambiar la sociedad e industria.
No se trata de acabar con la
industria, ni de dejar de usar la tecnología; sino lo verdaderamente importante
es hacerlo de manera correcta y responsable incorporando al acervo político,
económico y social: La recuperación de la ética, el avance del espíritu democrático,
la apuesta por la fraternidad social, la cultura del respeto y la tolerancia,
la cultura de la paz, la resolución consensuada de los problemas surgidos.
Frente a la sociedad de consumo,
sería bueno cambiar a una sociedad del bienestar. Algunos capitalistas dirán que cuesta mucho
mantener el estado de bienestar. Esto sucede porque únicamente piensan en
términos monetarios. A veces las
inversiones no han de hacerse en moneda en curso, sino en servicios públicos de
calidad para contribuir al desarrollo de las sociedades.
Una sociedad es desarrollada
cuando alcanza un alto nivel de bienestar social; no porque haya sido capaz de
producir y comercializar muchas “cosas”
o su PIB esté en la cumbre del índice.
En 1972 el rey de Bután consideró
que el modelo capitalista occidental no contribuía a superar la extrema pobreza
en la que vivían sus ciudadanos. Observaba desde la perspectiva espiritual
budista que la infelicidad de su pueblo se extendía de forma más rápida que la
pobreza. Llegó a la conclusión que el modelo capitalista no estaba siendo
eficiente en la erradicación de la pobreza y su infelicidad no se ajustaba a la espiritualidad budista.
El dolor de su pueblo aun permanecía.
Para ello cambió el modelo: el
objetivo de su política económica debía conseguir niveles altos de Felicidad Nacional Bruta (FNB) a través
de:
-
Promoción del desarrollo económico sostenible e
igualitario
-
La preservación y promoción de los valores
culturales
-
La conservación y preservación del medio
ambiente
-
El establecimiento del buen gobierno
El bienestar debe comenzar por
uno mismo: Salud física, psicológica y emocional. Seguidamente se debe crear un
ambiente de bienestar comunitario: buenas relaciones sociales, convivencia,
solidaridad, fraternidad, consensos y acuerdos en común. Para crear un buen
ambiente de bienestar a nivel estatal: buen gobierno, políticas de interés
general, políticas de buenas relaciones con el exterior, cultura de la paz, etc.
Por tanto el movimiento que puso el rey de Bután
encima de la mesa no era un programa político, sino un cambio en la mentalidad
y en el estilo de vida de las personas. Para Bután y otros muchos países que
han seguido su estela con mayor o menor implantación, lo importante son las
personas, su bienestar y su felicidad.
Recientemente el Papa Francisco,
el ex presidente Obama, su mujer y otros muchos líderes mundiales concienciados
de la necesidad de cambios en el modelo actual, han hecho igualmente hincapié
en la necesidad de cambiar de vida. De abandonar el consumismo compulsivo, de
limitar la acción de las empresas y gobiernos capitalistas, de crear marcos jurídicos respetuosos con las
personas y con el planeta.
El “capitalismo y el comunismo” nacieron en una era tecnológica pre digital. En aquel contexto era factible el mundo dual
o binario que se expresaba de manera efectiva en un maniqueo discurso de: “buenos y malos, amigos y enemigos, ángeles y
demonios, ricos y pobres”. Hoy el mundo es diferente. La primigenia “aldea global” (Marshall McLuhan, “Galaxia Gutenberg”, 1962) se ha
convertido ya en una gran metrópoli, que supera incluso el marco virtual para
hacerse real.
Hoy la información y el
conocimiento marcan la agenda económica, política y social. La globalización digital ha permitido la
interconexión de los terrícolas de
manera mucho más eficiente, inmediata y
directa que en épocas anteriores.
En consecuencia, la naturaleza
del poder en esta gran metrópoli, está cambiando nuevamente. Aquel que controle
la información y el conocimiento tiene el poder hegemónico y absoluto sobre la humanidad (“Matrix”,1999). “El Gran
Hermano” que predijo en 1947 George Orwell en su novela “1984” es hoy una realidad palpable.
El avance científico nos habla de
una revolución robótica, en la que las máquinas acaban sustituyendo a los
humanos en la industria. Esto, que para muchos es ciencia ficción, es una
realidad inminente a la luz de los progresos que están teniendo los resultados
actuales en materia de Inteligencia artificial.
El pensamiento actual está
debatiendo sobre el futuro próximo del planeta y sus habitantes. Como ya pasó
en el siglo XIX con la primera revolución industrial, hay personas que
prefieren ahondar en los beneficios de “las
cosas” y otras que prefieren poner en primer plano las necesidades y deseos
de “las personas”. Pero también están los que buscan fórmulas de
consenso mixtas un punto intermedio entre los productores de las “cosas” y los que prefieren a las “personas”, antes que a las “cosas”.
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