lunes, 11 de marzo de 2013

En defensa de la microempresa

En estos tiempos convulsos que corren, el objetivo de las corrientes de opinión pública son los políticos, los banqueros y los empresarios por ese orden.  A los primeros se les acusa de vivir fuera de la realidad, a los segundos de usureros o corruptos y a los últimos de favorecer la cultura del pelotazo, en especial el urbanístico.

No digo que no les falte razón, pero ni todos los políticos viven en un mundo feliz, ni todos los banqueros son corruptos y por supuesto no todos los empresarios están conformes con la cultura del pelotazo. 

Los creadores de opinión y los medios de comunicación utilizan los datos del mapa de la corrupción en España, para generar nuevos contenidos, que a su vez generan audiencia y aumente el valor de las empresas propietarias o gestoras.

La realidad suele ser otra. Si tenemos en cuenta que la mayoría de las empresas implicadas en casos de corrupción pertenecen a la categoría de gran empresa, hemos de decir que en este caso podrían representar tan solo un 0,1% de las empresas de este país (Datos del Ministerio de Industria para 2012 http://www.ipyme.org/Publicaciones/Retrato_PYME_2012.pdf).

Pese a ello me gustaría romper una lanza a favor de la PYME (99,99% de las empresas de este país en 2012) y más concretamente de la microempresa (95.2%), cuyas características les alejan generalmente de esa cultura que se acerca a la corrupción.

Por sus propias características la microempresa  suele tener un alcance local o regional, son pocas las que se internacionalizan y pocas las que abarquen otras provincias a nivel nacional. Por su propia definición cuentan con menos de 10 trabajadores en plantilla y no superan los 2 millones de euros de facturación anual (Comisión Europea, DO L63/27. Año 2004).  Su forma jurídica habitual es la del empresario individual por cuenta propia (más conocido como autónomo, el 52% de las micro empresas).

Debido al volumen de su personal, las relaciones laborales internas son a menudo pactadas directamente y sin intermediarios entre el personal y el patrón. La flexibilidad en las condiciones laborales y aspectos como la conciliación están más que asegurados. Las relaciones a nivel legal son jerárquicas; pero a efectos prácticos, presentan estructuras horizontales a modo de trabajo en equipo.

El promotor, propietario o patrón ejerce habitualmente también como administrativo, técnico o comercial, dependiendo de la carga de trabajo existente en cada momento. Es uno más en el equipo. No existen departamentos especializados, sino asignación de tareas en función de la cualificación  y capacidad del trabajador.  No se trabaja por horas, sino por objetivos. La productividad viene marcada por el cumplimiento de objetivos y por los resultados obtenidos.

 Normalmente el sistema económico-financiero de una microempresa es el modelo productivo, generando estabilidad en sus cuentas. Se combina la generación de recursos propios como medio habitual de financiación, apoyado con un endeudamiento coyuntural, en forma de créditos o préstamos bancarios. A menudo se recurre también al propio patrimonio o a la ayuda familiar, generalmente para hacer frente a falta de liquidez coyuntural o crear provisiones para la financiación de proyectos concretos. Normalmente estas empresas  no suelen cotizar en bolsa. Pagan sus impuestos religiosamente y contribuyen al fondo de la seguridad social.

Las relaciones comerciales de la microempresa suele ser siempre con otras microempresas (Networking, Coworking, encuentros, jornadas) o empresas pertenecientes al universo PYME. En ocasiones suelen participar en concursos públicos, fundamentalmente a nivel municipal o autonómico, en los cuales han de competir a menudo con empresas de mayor tamaño.

La forma habitual de venta es la negociación directa y presencial con el cliente. Una vez acordadas las condiciones  se realiza el trabajo lo antes posible y se cobra antes de los 30 días como regla general.  Este tipo de venta ayuda a fidelizar al cliente, creando lazos personales y humanizando las transacciones. Para los microempresarios la satisfacción del cliente es el objetivo principal de nuestra actividad. Aunque a muchos pueda extrañar, el fin de una microempresa no es ganar dinero. El dinero ayuda a conseguir productos/servicios útiles o necesarios para los clientes.

En la actualidad en algunas grandes empresas, el Top Ten mundial y en la mayoría de las microempresas está surgiendo una cultura empresarial diferente. Michael Forbes, actual presidente de la prestigiosa revista Forbes, nos indica los elementos de esta nueva cultura empresarial: “Esto ya no se trata solo de hacer dinero, de hacer negocios (…) se trata de crear valor para otros, soluciones para mejorar el mundo. Así hay que enfocar el negocio” (Diario El País. Lunes 11 de marzo de 2013.Contraportada)

Es una respuesta solidaria necesaria en los tiempos actuales. En cierta forma es regresar al punto de partida. Cuando surgió el trueque en el Neolítico, la idea era compartir e intercambiar los recursos excedentarios con aquellas poblaciones que carecían de ellos. Lo que me sobra, repartirlo entre los que más lo necesitan.  Cuando surge la moneda como valor de intercambio, surge la codicia, la especulación y la corrupción. El valor solidario inicial se convierte en valor insolidario.

Es curioso observar en la sociedad actual, como los grupos “alternativos” promueven el regreso del trueque. Lo vimos igualmente en el “corralito” argentino donde el retorno del trueque puso nervioso al sector bancario y financiero del país. Y también en la profusión de tiendas “outlet”, donde los excedentes de las grandes firmas se venden a precio de producción y no de mercado; o las tiendas de “comercio justo” que buscan el entendimiento solidario entre productores y consumidores.

Las microempresas necesitan dinero como cualquier otra empresa, hay que pagar facturas es evidente, pero la idea es saber si uno promueve una empresa para vivir de rentas;  o quiere con su trabajo contribuir a mejorar la vida de los demás. En el uso que se de al dinero está la clave. 

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