A menudo el ruido mediático y político
no nos deja ver lo que es verdaderamente importante. Las mareas de las noticias
diarias nos llevan de un lado a otro y a
menos que seas un surfista puedes acabar ahogándote sin remedio.
En la calle los sucesores de la “rebelión de las masas”, que diría José Ortega
y Gasset en el crucial año de 1929, reclaman hoy más democracia, más pluralismo y
más participación. Asisten entretanto como espectadores al gran circo estandarizado
de la política, donde hay payasos, malabaristas, domadores de leones,
equilibristas, ilusionistas y lanzadores de cuchillos. Todo se mide en base a
la audiencia, el nuevo patrón monetario,
que se compra y vende de forma especulativa.
A menudo veo en los medios, a
jóvenes y no tan jóvenes que buscan un mundo mejor al que le ha tocado vivir. Pero
si se les preguntara ¿Por qué hemos llegado a esta situación? Probablemente pocos
darían con la respuesta correcta. La mayoría reproducirían las corrientes de
opinión generada por los medios y los grupos de interés. Para poder rebelarse,
es preciso saber por que se rebela uno y que objetivos espera alcanzar. ¿Qué es
lo que se quiere cambiar y por qué? Por ello quiero aportar mi opinión
personal, respondiendo a ese espíritu constructivo que busca un mundo mejor.
Según mi opinión, todo empezó en
1944, cuando se establecieron las bases económico-financieras mundiales en la
conferencia internacional de Bretton Woods (New Hampshire, Estados Unidos).De
esta conferencia surgieron el Banco Mundial y el FMI. El dólar estadounidense se
estableció como la moneda de referencia. En principio estaba pensado para
equilibrar las balanzas de pagos y para ayudar a la devastada Europa a
reconstruirse (Plan Marshall, OCDE).
Sin embargo la codicia
especulativa de muchos inversores internacionales, convirtió lo que era una
ayuda y una buena idea en un gran negocio financiero. De esta conferencia surgió
posteriormente el GATT (Acuerdo General
de Aranceles y Comercio), antecedente de la OMC (Organización Mundial del Comercio) que fomentaba y consagraba a
gran escala el libre comercio, organizando el mundo en regiones económicas
(Europa, Latinoamérica, Asia-Pacífico, Norteamérica…) y especializando cada una
en un rol preestablecido por las grandes potencias industrializadas (el famoso
G-8).
La liberación comercial, desarrollada a partir
de los años 70, implicaba la relajación legal
y de la política social, lo que afectó sensiblemente a las conquistas
sociales, a los derechos ciudadanos, a los derechos humanos y a las relaciones laborales.
Surgían así las tendencias políticas e ideológicas neoliberales y
neoconservadoras como impulsoras de esta liberalización. Por el contrario surgieron
grupos que se oponían a esta liberalización.
El mundo quedó dividido en tres
porciones: El Primer mundo: Bloque occidental capitalista; el Segundo mundo:
Bloque oriental comunista; y el indefinido Tercer mundo “no alineado”, terreno de nadie y campo de batalla económica. A
partir de los ochenta el Tercer Mundo se fragmentó en dos: “Países en vías de de desarrollo”
(Fundamentalmente Latinoamérica y algunos asiáticos) y “Países subdesarrollados” (Fundamentalmente África). Los primeros
jugarían el rol de mercados baratos y el segundo de despensa de materias primas,
con el “todo incluido” en cuanto a
disponibilidad. El neocolonialismo económico hizo su aparición.
A medida que avanzaba el tiempo
nos encontramos como los países en vías de desarrollo, comenzaron a presentar
índices de desarrollo sostenible y no viciado por la especulación. Por otra
parte, el colapso de la URSS en 1990 acababa con el segundo mundo. La
experiencia de la guerra de Irak (primera guerra del golfo) puso de manifiesto la
importancia e influencia del emergente mundo árabe en el contexto
internacional. Resucitaba el panarabismo. El primer mundo quedaba en situación
de debilidad ante la falta de un contrario. Las nuevas potencias “emergentes” reclamaban su lugar en los
centros de decisión internacionales. Surge el G-20 para dar respuestas a estos
países.
El nuevo orden surgido tras la
primera guerra del golfo se le denominó “Globalización”
con dos escuelas contrapuestas: la neoliberal y la neosocialista. Para los
primeros (Foro de Davos) la globalización debía ser el culmen del libre
comercio, como muestra de su triunfo sobre el segundo mundo. Para los segundos (Foro
de Porto Alegre) apostaban por el fin del libre comercio que es un peligro para
la democracia y en segundo lugar
apostaban por acabar con el neocolonialismo económico que impedía que los
países menos desarrollados pudieran avanzar.
A principios del siglo XXI las
tendencias neoliberal y neosocialista se agudizaron hasta tal punto que acabó en ruptura. En esta línea surge una nueva forma de
anarquismo que rompía con el sistema político-económico
imperante, unas veces de forma violenta (anti-sistemas) y otras de forma
pacífica (a través de las organizaciones sociales). Los partidos de referencia,
de uno u otro color político han perdido en estos años su influencia en la
calle, han comenzado a perder afiliados y votantes. Comienza la desafección por
la política y los políticos. Se promueve la democracia participativa directa y/o
asamblearia en la calle. El 15-M y su repercusión mundial, la “primavera árabe” son los primeros síntomas
de cambio.
Ante este panorama la
regeneración ha dado lugar a la búsqueda de un nuevo modelo ético que responda
a las necesidades reales de la población. En cierta forma se busca retornar al
modelo económico productivo no especulativo (keynesiano). A sistemas políticos
más estables y a modelos sociales más cooperativos y participativos en los “res publicae” (asuntos públicos).
Queda aún mucho camino por andar.
Por ello como dije en la anterior
entrada de este blog: Hay que revalorizar la ética como principal valor de una
sociedad civilizada, democrática y plural. Un mundo nuevo es posible si somos
capaces de innovar, de comprender, de sentir y de vivir dignamente.
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